Contemos también las otras historias |
Tomado de: http://www.upb.edu.co/portal/page?_pageid=234,32640564&_dad=portal&_schema=PORTAL&p_id=53863190&p_siteid=234 Realizado por: Ph.D. Nicolás Fernando Molina Sáenz
Basta con prestar atención a las tantas conversaciones que se suceden en los espacios cotidianos para constatar que la mayoría tienen relación con robos, estafas, asesinatos, hechos de corrupción, ente otros tantos. No se puede negar que estos hechos suceden, pero tampoco se puede ocultar que nos acostumbramos a las historias que los narran. Cuando en el transcurso de una conversación no se cuenta una de estas historias, alguno la hace girar hacia una de ellas con el infaltable “como les parece que…”.
Sin lugar a dudas, esto ha hecho que lleguemos a pensar que nuestra sociedad no tiene salida, que estamos condenados a sufrir eternamente las más duras violencias y que nunca saldremos de las múltiples pobrezas que tenemos.
Hoy propongo un ejercicio: cuando nos reunamos con nuestros allegados, hagámonos el propósito de contar una historia en la que se reivindique la vida, la alegría, el optimismo, la solidaridad, la responsabilidad. Hoy me gustaría empezar con una historia de estas: hace poco en uno de los semáforos que están cerca al ÉXITO de la avenida Colombia, un automóvil Mazda blanco se detuvo porque el semáforo estaba en rojo. Un joven de los que lavan los parabrisas con un trapo y una botella de agua, se le acercó. Les aseguro que no faltó el conductor de otro automóvil que dijera en tono irónico “se lo ganó ¡Pobrecito!”. En un acto extraño, el joven se dirigió a la parte trasera del automóvil, se abrió la maleta en la que se vio una gran cantidad de bolsas con mercados. Cogió uno, cerró el baúl y se dirigió donde el conductor, se persignó, le realizó un gesto amable y se marchó.
Después de observar esto, sentí dos deseos: el primero, que el joven hiciera un buen uso del “mercaito”; el segundo, preguntarle al conductor el por qué de ese gesto tan inusual. No sé si se cumplió el primero, y no pude realizar el segundo. Pero lo que si he hecho, es que le he contado a muchos esta historia e inmediatamente ellos comparten otras similares de alguien que hizo o hace actos de solidaridad. Entonces ¿por qué hacemos brillar en nuestras conversaciones a los violentos y no a los pacíficos? ¿Por qué resaltamos a los que hacen tanto daño y no a los que le hacen tanto bien a la sociedad?
Sin ocultar la verdad y comunicando lo que tienen que informar, siendo fiel al sufrimiento de quienes son víctimas de los actos de los violentos, los noticieros pueden hacer un experimento interesante: intercalar las noticias dolorosas con las noticias de vida y de los hechos que dan cuenta de la solidaridad de quienes trabajan por los otros, que son muchos más de los que creemos y están en cada cuadra, en cada vereda o muy cerca a nosotros. No se trata de hacer creer que estamos en el país de las maravillas. Se trata de ser equitativos con la información.
Nada extraño que cuando nuestro país goce del desarrollo y la paz y los noticieros sólo transmitan buenas noticias, no faltará quien afirme contundentemente “cambiemos de canal. No hay nada interesante para ver”.
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